Por ser orgullo del Perú, por ser un ejemplo de belleza y elegancia, el caballo peruano de paso constituye un hito difícil de superar en cuanto a prestancia, soltura y precisión. Nuestro país, en toda su extensión, es testigo de su significado como parte de nuestra tradición y cultura. De ahí mi interés por hacer este blog, de postear con cariño acerca de un noble animal que merece todo nuestro respeto y admiración.
Siendo un patrimonio de la nación y con más de cuatrocientos años de historia, el caballo peruano de paso conserva un rico pasado histórico, presente en todo momento y que se proyecta al futuro con un garbo y elegancia propio de sus ancestros que llegaron de tierras moras y andaluzas.
Considerado como “el mejor caballo de silla del mundo”, su sola imagen nos da una idea de la forma como evolucionó en el tiempo, de su estadía en la soleada costa peruana recorriendo áridos desiertos con un trote suave y cadencioso que luego se convirtió en un andar garboso y de etiqueta, que ahora lo caracteriza y lo muestra como un ejemplar único en el mundo.
Fino y delicado como un Rolls Royce, pero a la vez recio y resistente como el más pesado de los volquetes, esta extraña e incompresible combinación la consigue gracias a la pureza de su raza y a su crianza hecha para resistir largas caminatas por el campo, bajo el sol abrasador de nuestra extensa costa. Esta característica hace que pueda adaptarse a los 108 microclimas del país.
Y no solo eso, cuando se logra consolidar con aplomo aquél famoso binomio caballo-jinete, cuando apreciamos que la montura y la cabalgadura se acoplan como un mítico centauro, la belleza de esta imagen sólo es comparable con el espectáculo que ofrece un profundo lago habitado por bellos cisnes que se deslizan sobre su superficie con soltura y gracilidad.
Andrés Sanchez Alayo
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