Como bien saben, soy un gran admirador del caballo de paso peruano y uno de los motivos por los que escribo este blog es para revalorarlo y alabar sus virtudes porque es uno de nuestros más auténticos patrimonios históricos y culturales de la nación.
Es cierto, se trata de un animal que se destaca por su bello andar, por sus finas características que lo hacen singular en todo el mundo, pero nos olvidamos que también hablamos de un animal con patas fuertes, cascos duros y gran resistencia corporal que lo ayuda a mantenerse firme ante cualquier clase de esfuerzo físico.
Lamentablemente en los últimos años se han destacado más sus cualidades estéticas que sus bondades como caballo, con el más perfecto y cómodo medio de transporte en las haciendas a lo largo de toda la costa peruana, limitándolo muchas veces a exhibirlo en concursos y desperdiciando sus otras importantes características.
Y claro, cómo no ceder ante la elegancia de su taconeo rítmico y armonioso así como la suavidad en su desplazamiento en cuatro tiempos. El caballo peruano de paso es dócil pero de gran temperamento, de excelente rienda, buen galope y gran resistencia. No en vano es reconocido como el mejor caballo de silla del mundo.
Además de su contextura liviana, talla media y plasticidad en sus movimientos, el caballo peruano de paso posee también condiciones físicas especiales de suavidad perfectamente definidas, lo que le permite desplazarse por el campo con absoluta seguridad, firmeza y confianza para el jinete que goza del privilegio de estar montado en él.
Por todo ello, no me cansaré de ensalzar estas virtudes que lo convierten en un animal versátil, elegante, fino, pero a la vez resistente, fuerte y vital para las labores que desarrollan nuestros hacendados en los fértiles campos de nuestro querido Perú.
Andrés Sánchez Alayo
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